El 13 de septiembre de 2009 Miguel Salmón del Real dirigió uno de sus primeros conciertos en México, y por un hecho fortuito, tuve la fortuna de encontrarme entre el público que asisitió a esa ocasión. Como resultado de lo escuchado esa tarde de domingo, el diario Unomásuno publicaría, unos días después, mi reseña de ese suceso. Nota polémica en su momento, la reproducimos de nuevo, con algunos videos que dan idea de quién es este joven talento mexicano, padrino de nuestro programa.
El domingo 13 de septiembre [de 2009] tuvimos la
oportunidad de escuchar a la Orquesta Sinfónica de Coyoacán. Normalmente decir
esto parecería una broma de mal gusto o un caso de extrema desesperación
musical con tal de escuchar algo. Del director huésped, Miguel Salmón Del Real,
sabíamos casi nada hasta antes de este evento. Un director poco conocido al
frente de una orquesta delegacional parecía la crónica de un desastre
anunciado. Sin embargo, nada nos preparó para lo que el programa anunciaba, el
cual estaba conformado por la Obertura
Oberón, de Carl Maria von Weber, el Concierto
para guitarra y orquesta San Ángel, de Gerardo Taméz, y la Séptima sinfonía de Ludwig van
Beethoven. El solista del concierto de Taméz fue Iván Maceda, joven guitarrista
de impecable técnica que dio lustre especial a esta obra de Taméz que, para ser
honestos, nació avejentada, con un lenguaje musical anclado, literalmente, en
el nacionalismo mexicano de los años treinta y cuarenta del pasado siglo. Se
trata de una obra en la que Taméz desperdicia la paleta orquestal y más bien
parece una obra compuesta de retazos de piezas para guitarra unidas con no
mucha pericia, pues no tiene la menor coherencia interna y tiene pasajes
extremadamente insulsos (en particular el segundo movimiento no podía ser más
aburrido), desvinculada de toda realidad musical nacional. El concierto parece
un homenaje involuntario a esa imagen idílica y bucólica del mexicano
provincial que María Félix y Pedro Armendáriz encarnaron en los llamados años
de oro del cine mexicano. Hay que agradecer que hayan sido Iván Maceda en la
guitarra y Miguel Salmón del Real en la dirección orquestal quienes hayan
tenido que sacar al buey de la barranca para que esta obra resultase
medianamente lucidora.
Las dos primeras obras nos ofrecieron algo
inusual en las orquestas mexicanas, y eso fue la disciplina y rigor con que la
orquesta las acometió. Desde la Obertura de Von Weber, la orquesta mostró
personalidad y actitud, seriedad y cuidado extremo (prácticamente no hubo notas
falsas, y sorprendentemente, es el primer concierto en el que no recuerdo haber
escuchado sapos en la sección de metales), pero sobre todo, algo que parecen
haber perdido todos los músicos mexicanos: pasión. De alguna manera, Miguel
Salmón del Real hizo que los músicos de esta orquesta casi desconocida
recuperaran la pasión por tocar y apropiarse de las obras del repertorio
musical de Occidente. Y todo esto lo pudimos apreciar en su actitud
comprometida y de absoluta entrega.
Obertura Oberón, de Carl Maria von Weber
Orquesta Sinfónica de Coyoacán
El plato fuerte fue la dificilísima y
apasionante Séptima sinfonía de
Beethoven, una obra que permite siempre el lucimiento de los intérpretes, pero
que en su cuarto movimiento, el más neurótico de todos los que escribió
Beethoven, suele terminar en desastre pues con una facilidad pasmosa puede
desbocarse. Desde el primer acorde, Salmón del Real nos ofreció una
interpretación poderosa, cristalina, soberbia, elegante, apasionante,
imaginativa, llena de vigor, producto de una comprensión cabal y total de la
partitura. La orquesta sonó con total convencimiento de su poder
interpretativo, con total autoridad, sin notas falsas, con una precisión
verdaderamente deslumbrante. La apasionante ejecución de la Orquesta Sinfónica
de Coyoacán debería haber hecho historia en nuestro país como uno de los eventos
más memorables de los últimos años.
Miguel Salmón con Pierre Boulez |
Todo esto es obra, indudablemente, del director,
que supo imprimirle una confianza en sí misma, a cada uno de sus integrantes,
para que no dudaran que podían abordar esta dificilísima obra con plenos
poderes. Cada acorde de la interpretación fue un discurso coherente, como quien
sabe perfectamente qué debe hacer y cuándo hacerlo. Diría que no había
escuchado a una orquesta mexicana tocar de esta manera, si no fuese porque sí
lo he hecho. Hace más de quince años cuando escuché a Penderecki dirigir el
estreno mexicano de su Concierto para
violonchelo al frente de la Orquesta Sinfónica Nacional en Bellas Artes, o
cuando Maxim Shostakovich dirigió la Quinta sinfonía y el Concierto para violín de Dimitri Shostakovich al frente de la
OFUNAM o el mismo Maxim Shostakovich al frente de la Orquesta Sinfónica de
Minería dirigiendo el Titán de Gustav
Mahler, y Sheherezada, de
Rimsky-Korsakoff.
Aquí, Miguel Salmón del Real ofreció lo que
podemos llamar una verdadera cátedra de cómo dirigir una orquesta y cómo se
debe entender y sentir una obra que, como la Séptima de Beethoven, usualmente es interpretada como una suerte de
Frankenstein musical, deshilvanada, sin coherencia interna, sin precisión, sin
pasión, con total rutinariedad. Nada de eso estuvo presente este domingo. Por
el contrario, la orquesta hizo que muy pronto uno se olvidara de que el lugar
del concierto, el Foro Cultural Coyoacanense, resultaba del todo inadecuado
para una orquesta sinfónica. De hecho, no sólo resultó espectacular la pasión y
el convencimiento que el director huésped le imprimió a la orquesta, sino que
además esta sonó con tal autoridad que quien esto escribe pensó que estábamos
escuchando a una orquesta que podía rivalizar, sin detrimento alguno, con una
orquesta como la Royal Concertgebouw de Ámsterdam. No sé de ninguna otra
orquesta mexicana en los últimos 20 años de la que se pueda decir algo así en
un concierto. No tengo la menor duda de que esta Séptima de Beethoven debe ser la mejor Séptima que haya escuchado
en México, muy superior a cuanto haya yo escuchado en todos mis años de
frecuentar salas de concierto.
Miguel Salmón, con Bernard Haitink |
Miguel Salmón del Real nos ofreció un recital en
el que nos demostró que lo más importante en un concierto es la música, y que
si eso no tiene importancia para quienes deben enfrentar al público, entonces
nada más lo puede tener. Y uno puede ver que los comentarios que de él han
dicho gentes como Pierre Boulez (“Ha demostrado ser un músico serio y
talentoso”) y Cliff Colnot (“Su control de los Ensembles y su conocimiento de
la partitura son supremos”) no son una exageración. Miguel Salmón Del Real nos
dio pruebas de que es hoy en día el mejor director de orquesta mexicano. Y su
juventud no debería ser un obstáculo para que tenga una orquesta a su cargo. Ya
nuestros directores “mayores” han demostrado, sobradamente, de lo que son y de
lo que no son capaces de hacer.
Noche transfigurada, de Arnold Schoenberg, Orquesta de Auvergne (2007)
Curso de conducción orquestal con Arie van Beck, Conservatorio de París.
Ya es tiempo de que una nueva generación de
directores tome la batuta de nuestras orquestas con base en lo único que debe
realmente importar: sus conocimientos. Sin duda, Miguel Salmón del Real debe
estar al frente de alguna de nuestras orquestas mayores. Aquel funcionario que
tome nota de él podrá sentirse orgulloso de haberlo “descubierto” y decir, como
digo yo ahora: Señores y señoras: Habemus director!
13 de septiembre de 2009